En una noche de domingo veraniega, de estas que hace ese calor que incomoda a cualquiera que intente dormirse, me encuentro viendo el programa de Iker Jiménez, Cuarto Milenio, intentando coger el sueño entre misterios escondidos en la historia (algunos más forzados que otros, todo se tiene que decir). En el programa, hay una sección dedicada a los “libros malditos”, en la cual Juan Soto Ivars hace una revisión de algunos libros a través de reflexiones sobre la censura. En este caso, Iker pone sobre la mesa el último libro de Soto Ivars, Nadie se va a reír, en el cual explica la historia del grupo Homo Velamine y explora las formas en las cuales la censura puede actuar sobre unas acciones artísticas que acaban en juicio.
¿Qué es Homo Velamine? Es un colectivo artístico que realizaba una serie de acciones artísticas con un tono reivindicativo donde reinaba la ironía. Por mencionar algunas, podemos ver cómo se presentaron en una firma de libros de Esperanza Aguirre con una camiseta en la cual se leía FEA, con una fotografía de la cara de la expresidenta, siglas las cuales significaban “Feministas con Esperanza Aguirre”; se plantaron en una manifestación independentista con una bandera de España donde se leía “Espanyols pel SÍ”; crean una manifestación de turistas a favor de la independencia de Catalunya; de igual forma lo hacen en el Camino de Santiago, donde reivindican a los pelegrinos “menos caminar y más trabajar”; o reivindican el amor animal en medio de las fiestas de San Fermín. Estos “actos ultrarracionales” —tal y como ellos mismos los denominan— pretenden abrir ciertas cuestiones en los sitios más incómodos posibles, creando en muchas ocasiones una situación de provocación.
Imagen de Homo Velamine en la presentación del libro de Esperanza Aguirre.
Y es que la historia del arte no es ajena a esta provocación: des de Courbet creando su propio pabellón para exponer su obra alejado de las prácticas académicas o el Salón de los Refugiados de los impresionistas, hasta la Fuente de Duchamp, los “shows” dadaístas, la Mierda de artista de Piero Manzoni o las mil y una performance en las cuales se depende exclusivamente de las acciones del espectador, lo cual conlleva ya una provocación a través de la propia exposición. El contexto del arte realmente ya está acostumbrado a esta confrontación con la provocación, y me gustaría decir que la censura en estos contextos se queda al margen, aunque sería más una idea utópica que una realidad. Aun así, el problema principal con el que se encontró Homo Velamine, precisamente, reside en el contexto en el cual actúan: no es lo mismo hacer una acción en una galería que en una manifestación en la calle o en la web, donde el contexto no acompaña a la acción artística y se puede malinterpretar, en muchos casos por el exceso de vagancia. Ese es el caso que acabó por llevarlos a juicio: El Tour de la Manada.
Fuente, de Marcel Duchamp.
¿Qué pasa cuando creas una página web que propone un tour por las ubicaciones donde actuó la Manada con la intención de denunciar el aparato mediático en el cual se convirtió el caso, y cómo éstos —los medios— se aprovecharon de éste para poder rellenar horas y horas de programas? En primer lugar, te enfrentas a un caso reciente que sensibilizó a gran parte de la sociedad; también te enfrentas a la mala interpretación de los medios, que en su práctica de flash news deben acudir a la rapidez sin dejar tiempo para la reflexión; y, por último, lo cual fue la gota que colmó el vaso, puede llegar a la persona que sufrió esa terrible violencia a través de la voz de esos medios, que ya han convertido el acto reivindicativo en una noticia totalmente diferente. ¿En algún momento los medios publicaron la intención de denuncia de Homo Velamine y la cuestionable interpretación que hicieron de esa página web? ¿Sirvió en el juicio explicar el proyecto y la intención de éste, en el cual ni mucho menos se pretendía ofender a la víctima? En ambos casos, la respuesta es no, y las leyes acabaron por vencer al arte, igual que en cierto uno de octubre acabaron venciendo a la política.
Titular del País sobre el caso del “Tour de La Manada”.
Esto nos daría pie a hablar sobre los límites de la censura, y podríamos introducir otros casos como uno de los más conocidos, el de Pablo Hasél, pero hay una gran diferencia entre los dos: mientras que con Pablo Hasél se abrió cierto debate y la sociedad reaccionó con varias manifestaciones, igual que con las últimas obras de teatro censuradas por las coaliciones de PP y Vox, que también provocaron cierto revuelo y denuncia por parte del sector cultural, el caso de Homo Velamine no contó con ninguna contraposición, los medios crearon un tejido que no dio paso al debate, sino que lo suprimieron, y un acto artístico reivindicativo se convirtió en una página web que “atentaba a la integridad moral de la víctima”, condenando a Anónimo García a dieciocho meses de prisión y quince mil euros. Pero no querría dar la sensación de que este acto se quedó en nada, a pesar de la censura del debate: el caso nos permite reflexionar sobre la incapacidad de los medios para cuestionarse su propio error o, si más no, ponerlo en debate; también nos reabre la cuestión del cómo se enfrenta la legislación a ciertas acciones artísticas y reivindicativas, y hasta que punto algo se acepta —ciertas ideas/barbaridades “políticas” que pueblan el parlamento— o no. Porque no es lo mismo realizar una web para denunciar la ineficacia de los medios para ir más allá del primer mensaje que afirmar que la violencia de género no existe, una cosa se condena y la otra no, ya que una sí puede herir sensibilidades y la otra no.
Acabo con una última reflexión que el propio Soto Ivars propone en el programa: ¿Es posible reflexionar des de una posición cómoda? ¿O necesitamos ese estimulante incómodo para poder despertar la verdadera reflexión? ¿Podría haber llegado el arte contemporáneo al punto en el que está sin el Salón de los Refugiados, la Fuente de Duchamp o la Mierda de Artista de Piero Manzoni? ¿Podría haber llegado la sociedad actual al punto en el que está sin esas mujeres que se aventuraron a “incomodar” a una sociedad que no las dejaba votar? ¿Es necesaria la incomodidad para la reflexión y, posteriormente, el cambio?
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