Perpetuum Mobile
- Alba López-Davalillo Díaz
- 3 feb
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 3 mar
Como cada mañana, repito el mal hábito de desbloquear el móvil nada más levantarme y abrir Twitter – me niego a darle la satisfacción a Elon Musk de llamarlo “X” –, un lugar en el que el bombardeo de imágenes y noticias se mezclan sin orden ni filtro: desde memes sobre la subida de precios del transporte en Madrid hasta absurdas afirmaciones como que Hitler era comunista. La delgada línea entre ficción y realidad cada vez está más desdibujada, creando un limbo en el que todo parece igualmente válido – o, por el contrario, todo igual de inútil-. Esta confusión, tan propia de nuestro tiempo, también impregna el arte contemporáneo, en especial la fotografía, que desde sus inicios siempre ha estado lindando entre la realidad y la ficción.
'Perpettum Mobile', vigente en la Sala Amos Salvador de Logroño, es una exposición que se adentra precisamente en esa capacidad de las imágenes para cuestionar y reflexionar nuestra percepción de lo que llamamos realidad. Un conjunto de fotógrafos españoles, inspirados por referentes tanto nacionales como internacionales, trascienden la bidimensionalidad tradicional de la fotografía para crear obras híbridas que desbordan los límites del medio. Aquí, la cuestión no es si una imagen es real o no, sino cómo, mediante técnicas tradicionales y herramientas digitales contemporáneas, la imaginación se convierte en el verdadero protagonista. De esa manera, los artistas nos invitan a reflexionar sobre la fragilidad de las identidades, las certezas mutables del pasado y la necesidad de adoptar una mirada crítica frente a las verdades aparentes que nos presenta la sociedad.
La exposición destaca por la diversidad de perspectivas que los artistas han empleado, las cuales, al mismo tiempo, se interrelacionan de manera íntima. En ese sentido, cabe destacar el gran trabajo del comisario, Alejandro Castellote, por haber organizado una muestra tan diferente, pero a la vez tan cohesionada. Tras recorrer la exposición, es posible identificar los temas y subtemas que todos los artistas abordan, en mayor o menor medida, creando un discurso unificado y, al mismo tiempo, enriquecedor.
La naturaleza va a ser uno de los grandes ejes que atraviesa toda la muestra. En su obra Haiek Danak Sorginak (2016-2024), traducida como “Todas ellas brujas”, Bego Antón presenta una serie de fotografías de gran formato en las que naturaleza y ritual se entrelazan para representar el imaginario construido en torno a las mujeres durante la caza de brujas de Zugarramurdi. A través de su trabajo, la artista invita a la reflexión y a la desmitifcación de la visión fantasiosa que se creó sobre las mujeres en el medievo. Sin embargo, esta persecución simbólica sigue vigente en la actualidad, aunque ahora se manifiesta en los medios de comunicación y las redes sociales, espacios donde el juicio público es constante. Asimismo, la obra cobra aún más fuerza al exhibirse en Logroño, ciudad en la que tuvo lugar el Auto de Fe de 1610, en el que fueron juzgadas las supuestas brujas de Zugarramurdi. Así, el pasado y el presente se superponen: en el mismo lugar donde hace siglos se condenó a personas inocentes, hoy se denuncia el mito y la violencia ejercida contra las mujeres en nombre de antiguas creencias.

Siguiendo esta misma línea temática, Trilogía del alma (2019) de Soledad Córdoba, explora, a través de la mujer y la naturaleza, un viaje ritual hacia los estados del alma. Sus fotografías retratan la figura femenina – tanto propia como ajena – en paisajes naturales íntimos, estableciendo un vínculo entre lo emocional y lo corporal mediante elementos simbólicos de la naturaleza. En su obra, la artista integra materiales naturales como la piedra de cristales de roca y pan de oro, dispuesta entre las dos fotografías, reforzando así la conexión entre la materia y la trascendencia espiritual. La figura femenina se asocia con las chamanas, guías en el viaje hacia la purificación del alma, una capacidad que, como se ha denunciado en la anterior obra, llevó a muchas mujeres a ser percibidas como brujas debido a sus conocimientos sobre la naturaleza, la salud y los rituales de sanación.

Asimismo, Lola Guerrera con sus obras Delicias en mi jardín y Colisión (2012-2018), utiliza la naturaleza como testigo del paso del tiempo y de su carácter efímero. Como muchos de los fotógrafos presentes en la muestra, comenzó explorando la fugacidad de la imagen y de la propia naturaleza a través de la fotografía. Sin embargo, al encontrar los límites de la bidimensionalidad, evolucionó hacia la creación de esculturas e instalaciones efímeras, un formato tridimensional que le permitió una mayor experimentación. Este carácter experimental y sensorial se percibe con claridad en Colisión, una escultura de forma orgánica construida con pétalos de flores rojas y blancas. Su materialidad refuerza la sensación de vitalidad, pero también subraya la fugacidad de la existencia: con el paso del tiempo en la exposición, la obra misma evidencia la transitoriedad de la vida, la naturaleza y el tiempo.

Otro de los temas subyacentes en la exposición es la reflexión del orden – o, por el contrario, el aparente sinsentido – de la lógica de la vida. En Nudos: Topologías de la memoria (2019), Paula Anta explora el equilibrio entre caos y orden, esa racionalidad oculta en lo que a simple vista parece desordenado. Su obra plantea paralelismos entre distintas estructuras del universo, desde las conexiones neuronales y los sistemas sanguíneos hasta las galaxias y los átomos, tomando como punto de partida la vegetación. Las ramas, raíces y hojas que se entrelazan en un gran bosque reflejan esas mismas conexiones que rigen la naturaleza y el cosmos. Para enfatizar su carácter trascendental, Anta las representa sobre un fondo dorado, evocando a lo sagrado y la armonía subyacente en el aparente caos.

Por su parte, Ricardo Cases en El porqué de las naranjas (2010-2014) utiliza una serie de pequeñas fotografías pigmentadas sobre papel de algodón para revelar la lógica oculta tras la cotidianidad. Al igual que Anta, busca descifrar el orden invisible que rige la vida, pero lo hace desde su entorno más cercano: Levante y su fruto más emblemático, la naranja. A través de la exploración, Cases convierte lo banal en símbolo y se sumerge en la simplicidad de lo cotidiano para desentrañar las leyes que, de manera imperceptible, estructuran el universo.

La simultaneidad entre pasado y presente, o la causa-efecto del pasado en el presente, es posiblemente uno de los temas más fascinantes de la exhibición. En su obra Victoria (2019), Ira Lombardía parte de imágenes preexistentes para explorar las relaciones de poder ocultas en el incesante bombardeo visual al que estamos sometidos diariamente. El resultado es una suerte de Atlas Mnemosyne o “cadáver exquisito” que yuxtapone esculturas clásicas, como la Victoria de Samotracia, con eventos históricos como la Segunda Guerra Mundial, culminando en el gesto de la “V”, popularizado por Churchill como símbolo de la victoria Aliada sobre el Nazismo y, en la actualidad, convertido en un gesto habitual en redes sociales. Las imágenes no están escogidas al azar: cada una mantiene conexiones simbólicas con las demás. Por ejemplo, la estética clásica del arte en la antigua Grecia y Roma, que representaba ideales de perfección, fue apropiada y politizada por Hitler para reforzar su ideología nazi que acabó desembocando con la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo, el gesto de Churchill, originalmente cargado de significado político, ha evolucionado hasta convertirse en un símbolo trivial dentro del mundo digital. A través de estas asociaciones, Lombardía revela cómo el pasado sigue moldeando nuestra percepción del presente.

Esa yuxtaposición de tiempos históricos también está presente en Sotterranei (2019- 2024), de Nicolás Combarro. Su obra parte de la investigación de espacios subterráneos en Nápoles y Roma, construidos durante el Imperio Romano con mano de obra esclava y, reutilizados siglos después, como refugios antiaéreos durante la Segunda Guerra Mundial. Las fotografías capturan estos espacios bajo una nueva luz, rescatándolos del olvido y devolviéndolos a la realidad. Sin embargo, la obra no solo pone el foco en la arquitectura, sino también en los grafitos hallados en estos lugares. En esas inscripciones, se revela un auténtico palimpsesto temporal, donde testimonios de diferentes épocas confluyen en un mismo escenario cargado de historia. Desde las marcas dejadas por los canteros romanos que erigieron estas estructuras hasta las inscripciones de quienes, en plena guerra, buscaron refugio de los bombardeos, las huellas humanas evidencian una constante: la necesidad de dejar rastro, de inscribir nuestra propia existencia incluso en los momentos más trágicos.

Por último, las obras finales de la exposición se encuentran en el espacio más íntimo de la muestra: una sala independiente cuya ubicación, junto con una iluminación tenue, crea una atmósfera acogedora y personal para el espectador.
La primera obra que recibe al visitante es Registro de ayeres (2023-2024) de Juanan Requena, una instalación creada ad hoc para la exposición. La pieza está compuesta por extractos de libros editados por el autor, donde la fotografía y los textos poéticos conviven con objetos cotidianos como marcos de madera y una maleta, reforzando la sensación de intimidad. Como sugiere el título, las imágenes que contemplamos pertenecen a un tiempo pasado, evocando la paradoja de la fotografía: su capacidad para inmortalizar momentos que, sin embargo, ya no existen. Del mismo modo, las palabras escritas en esos fragmentos han quedado ancladas a una emoción que no podrá repetirse. A través de esta instalación, Requena sumerge al espectador en un universo poético y nostálgico, invitándolo a compartir la intimidad del proceso creativo.

Junto a la obra de Requena se encuentra Alzar el vuelo, caer sin tierra (2023-2024) de Irene Zottola, una instalación concebida como una reflexión en torno a su proyecto Ícaro. El título alude al mito griego en el que Ícaro, prisionero en la isla de Creta, intenta escapar volando con alas unidas a su cuerpo con cera. Sin embargo, al desobedecer las advertencias de su padre y acercarse demasiado al sol, la cera se derrite y cae al mar Egeo. Para ampliar esta metáfora, Zottola incorpora la figura de Amelia Earhart, pionera de la aviación estadounidense. En su obra, volar no es solo un acto físico, sino también un símbolo de superación ya que desafió las limitaciones impuestas a las mujeres de su época, rompiendo récords que ninguna otra había conseguido. No obstante, al igual que Ícaro, su anhelo de libertad la llevó a la tragedia: en 1937 desapareció sobre el océano Pacífico mientras intentaba convertirse en la primera mujer en circunnavegar el mundo en avión.

En definitiva, la exposición 'Perpetuum Mobile' nos sumerge en un diálogo entre realidad y ficción, memoria e imaginación, pasado y presente. A través de múltiples enfoques, los artistas nos invitan a cuestionar la estabilidad de las imágenes y su capacidad para dar forma a nuestra percepción del mundo. Desde la naturaleza como símbolo de lo efímero hasta la superposición de tiempos históricos, cada obra crea un relato en el que la fotografía se expande más allá de sus límites tradicionales. Al final, la muestra nos recuerda que la imagen nunca es un reflejo fijo de la realidad, sino un ente en constante transformación, un testimonio mutable de nuestra forma de mirar y comprender el mundo.
Produce PhotoEspaña y el Círculo de Bellas Artes, situada en la Sala Amos Salvador desde el 5/12/2024 hasta el 16/02/2025.
Artistas: Aitor Ortiz, Alfredo Cáliz, Álvaro Laiz, Antonio Guerra, Bego Antón, Elena de la Rúa, Gerardo Custance, Germán Gómez, Ira Lombardía Irene Zottola, Itxone Sádaba, Jon Cazenave, Jon Gorospe, Juanan Raquena, Linarejos Moreno, Lola Guerrera, María Cañas, Marina Núñez, Miguel Ángel Tornero, Nicolás Combarro, Patricia Bofill, Paula Anta, Ricardo Cases, Roberto Aguirrezabala y Soledad Córdoba.
Comisario: Alejandro Castellote
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