Mi primer encuentro con la obra de Soledad Sevilla fue en clase de "Arte y tecnología" del máster, en la que la profesora Noemí de Haro nos explicó la importancia del Centro de Cálculo en la Universidad de Madrid para el desarrollo del vínculo entre el arte y lo tecnológico en nuestro país. Este programa fue creado gracias a un acuerdo con IBM, quien cedió durante cinco años dos de sus máquinas para permitir investigar en diversos campos de conocimiento. En ese sentido, Soledad Sevilla, junto a personalidades como Eusebio Sempere o Elena Asins, fue una de las artistas que entre 1969 y 1971 se embarcó en el estudio de las posibilidades que la tecnología podía brindar al mundo del arte.
Tan sólo medio año después, terminado ya el máster, he vuelto a aprovechar el privilegio que me otorga la acreditación como antigua alumna - probablemente por última vez debido a su cercana expiración - para visitar, como en tantas ocasiones durante el último año, el Museo Reina Sofía. En esta ocasión, para disfrutar de la exposición retrospectiva - la primera en España - dedicada a nuestra protagonista: Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables.
Me encuentro con que la exhibición se ubica en la planta 1 del edificio Nouvel. Es algo que me extraña, ya que lleva todo este último año cerrado al público. Se trata de una exposición de recorrido circular, lo que permite que desde el primer momento en el que el visitante entra pueda ver tanto las primeras obras como las últimas, conectando con esa constancia en la producción de la artista, ya que, desde sus inicios hasta la actualidad, ha trabajado sobre un mismo concepto ligado a un lenguaje basado en la línea, el color y la construcción de formas. Sin embargo, a pesar de esa continuidad en su trayectoria artística, en sus primeras obras se puede identificar un lenguaje mucho más rígido ligado a su estancia en el Centro de Cálculo, mientras que, a partir de los 80, se aleja de esa firmeza para expandir sus piezas tanto al ámbito performativo como al instalativo.
A pesar de ser una retrospectiva ordenada de manera cronológica, me voy a tomar la licencia de no seguir ese mismo procedimiento, ya que, al igual que el propio recorrido, la trayectoria de la artista es circular, siempre vuelve a sus orígenes, por lo que considero que no seguir ese orden no obstaculizará su análisis, sino que, por el contrario, se abrirán nuevos caminos y conexiones dentro de su producción artística.
Ese distanciamiento rígido se puede apreciar cuando llegas a la sala donde están expuestas las series Meninas (1982-83) y Alhambras (1984-86), un espacio habitado por piezas de óleo de gran formato que inevitablemente te interpelan como espectador. Partiendo del estudio tanto de la obra de Velázquez como de la arquitectura granadina, Sevilla busca esa misma agitación emocional que sentimos cuando vemos estas dos obras, aunque en este caso producida por el tratamiento espacial a través de la investigación lumínica. En cuanto a su disposición, son piezas que sacan todo su potencial al estar expuestas de manera conjunta, en serie, ya que, como la propia artista afirma, el problema pictórico no puede resolverse en una única imagen, sino que necesita de ese diálogo entre los distintos cuadros para poder resolverse, pensadas de esa manera casi más en términos teatrales que en pictóricos.
Vista de la exposición Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables en el Museo Reina Sofía. Septiembre, 2024. Archivo fotográfico del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
En esa misma línea, en las obras más actuales como en Horizonte blanco vertical (2024), vemos también una voluntad de pervertir esa rigidez aprendida en sus primeros años, pero resuelta de una manera ligeramente distinta. Volvemos a encontrarnos con óleos de gran tamaño, en este caso, completados a base de líneas horizontales, dando en una primera impresión una sensación parecida al contemplar Wall drawing (1970) de Sol LeWitt – una instalación que estuvo expuesta en el propio Reina Sofía en 2011 –, con la distinción de que Sevilla ha reproducido esas líneas horizontales a mano alzada, dejando a la luz el temblor y el error que un acto tan repetitivo y preciso como este conlleva al ser humano, incapaz de realizar este trazo de manera perfecta. Precisamente la belleza de este tipo de obras se encuentra en esos fallos producidos, en esos arrepentimientos y en ese desequilibrio en la tinta; son estos rasgos humanos los que, en definitiva, nos diferencian de las máquinas que IBM cedió a la Universidad de Madrid, y las que permite superar y mejorar esas producciones creadas por la tecnología.
Horizonte blanco vertical (2024). Soledad Sevilla. Galería Marlborough: Madrid.
Sin lugar a dudas, la parte que más me emocionó de la exposición fue la serie Insomnios
(2002-2003). Tras recorrer las salas anteriores muy en la línea del tradicional white cube, de repente me adentro en un espacio pintado de un color oscuro y ambientado con una luz muy tenue. Creo recordar que esta era la única sala de toda la exhibición que tenía un banco para sentarse, y ahora entiendo por qué.
Me encuentro en un espacio rodeada de grandes óleos longitudinales que se asemejan a
una tapia cubierta por vegetación. Aun así, el protagonismo no lo tienen los colores
verdes, sino que predominan los blancos, rojos y negros. Se aprecia una pincelada mucho más gestual que en su anterioridad pictórica, aun permaneciendo esa reiteración del gesto en la creación. El título de la serie hace referencia al trastorno del sueño que ha padecido la artista a lo largo de toda su vida, a esa oscuridad, pero a su vez, también a esa claridad y percepción que solo el plano nocturno nos puede brindar.
Se trata de piezas hechas no para ser vistas, sino contempladas. El acto de contemplar, ese estar más de 30 segundos mirando una obra, desafortunadamente, está desapareciendo. Entiendo estos cuadros de la misma manera que entiendo los de Rothko: obras realizadas para sentarse y reflexionar. En definitiva, para ser habitadas.
Vista de la exposición Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables en el Museo Reina Sofía. Septiembre, 2024. Archivo fotográfico del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Por último, dejando a un lado su obra plástica, creo pertinente comentar una de sus piezas propiamente instalativas, El tiempo vuela (1998), una instalación creada por 150 mariposas conectadas al mecanismo de un reloj junto a la impresión reiterada en la pared de una cita del escritor Antonio Machado: “Y es hoy aquel mañana de ayer”. Tanto la sonoridad de la obra – evocando a la del propio reloj – como el título de ésta, e incluso la cita del propio Machado, aluden directamente a ese paso del tiempo del que todo ser humano es víctima. Las mariposas son insectos que literalmente vuelan, dando esa presencia material a la rapidez del tiempo unida a ese movimiento dictado por un reloj. Asimismo, la cita de Machado nos lleva a reflexionar sobre esa superposición de días, en la que el hoy, el mañana y el ayer se funden en un mismo instante, un presente que deja de serlo para ser pasado y dirigir nuestro cercano futuro.
Soledad Sevilla (arriba, ante la instalación El tiempo vuela, 1998). Ignacio Gil. ABC Cultural.
Exposición: "Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables". Hasta el 25 de marzo de 2025 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
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