En las últimas semanas, el artista Maurizio Cattelan ha vuelto a estar en boca de todo el mundo, esta vez debido a la venta de su obra El Comediante por un valor de 6,2 millones de euros. La polémica de la noticia no radica tanto en el precio alcanzado en la subasta de Sotheby’s sino en lo que Justin Sun, su comprador, ha adquirido por esa cifra: un plátano pegado a la pared con cinta adhesiva. En ese caso, ¿Se trata de una tomadura de pelo? ¿Estamos viendo el declive de lo que tradicionalmente conocemos como “Arte”? Si no es así, ¿Dónde termina el arte y dónde comienza la provocación vacía? ¿Es esta una crítica a los valores establecidos o simplemente una provocación dirigida a aquellos que aceptan sin cuestionar lo que se les presenta como arte? Son precisamente estas cuestiones las que el artista italiano nos invita a reflexionar a través de su obra.
Reconocido internacionalmente, Maurizio Cattelan es uno de los artistas más destacados de la escena contemporánea, especialmente por su enfoque irreverente y provocador. Sus obras atraen una gran atención mediática debido a la controversia que generan, ya que abordan temas que buscan desafiar las normas sociales y artísticas establecidas. Esta capacidad para generar controversia no es casual, sino una estrategia deliberada por parte del artista. Cattelan sabe que, en un mundo saturado de información y estímulos, las obras que realmente llaman la atención son aquellas que rompen con las expectativas y provocan reacciones intensas. Aunque estas reacciones no siempre son positivas, forman parte de la estrategia del artista para conseguir visibilidad en los medios. Sin embargo, esto no resta profundidad intelectual a sus piezas: cada obra está cargada de un planteamiento crítico que va más allá de la provocación superficial. Al final, convertir una obra en una imagen mediática es una de las fórmulas necesarias para triunfar en el mundo del arte contemporáneo.
No obstante, El Comediante ha generado numerosos comentarios despectivos. Algunos lo consideran “un insulto a la inteligencia” y otros lo ven como “el colmo del arte contemporáneo”. Pero, ¿Realmente tienen razón? ¿O no pueden estar más alejados de la realidad? Lo cierto es que, a pesar del cuestionamiento popular de la obra, ésta esconde bastantes capas de significado, tal y como se pretende evidenciar en este artículo.
La alusión más clara se encuentra en la tradición del arte conceptual, que comienza con la presentación de La fuente en 1917 por Marcel Duchamp, continúa con las Brillo Boxes de Andy Warhol en 1967, y llega hasta el plátano pegado a la pared de Cattelan. Lo que comparten estas obras es que lo primordial es la idea, por encima de la materialidad de la pieza. Todas ellas reflexionan sobre el concepto mismo de arte, cuestionando sus límites y, al mismo tiempo, ampliando las posibilidades de incluir materiales y enfoques que, hasta entonces, habían estado fuera del ámbito artístico.
La Fuente (1917), Marcel Duchamp.
La elección del plátano en El Comediante no es en absoluto arbitraria, sino una decisión cuidadosamente premeditada. Se puede rastrear una genealogía del plátano en el arte contemporáneo, que incluye obras como La incertidumbre del poeta (1913) de Giorgio Chirico, Consumer Art (1972-1975) de Natalia LL o Untitled (1973) de Victoria Cabezas. Esta tradición sigue extendiéndose con piezas como Banana with an idea (2022) de Joris Baudoin, que aúna en el legado conceptual, haciendo referencia a artistas como Duchamp – con la misma firma de R. Mutt de La fuente - y, por supuesto, a Cattelan, utilizando el plátano como elemento central. Sin embargo, al ver El Comediante, es inevitable no pensar en la portada del disco The Velvet Underground & Nico (1967) de Andy Warhol, que, al igual que la obra de Cattelan, se inscribe en un planteamiento conceptual que desafía las convenciones del arte tradicional, haciendo uso tanto de objetos cotidianos como elementos artísticos.
Portada de The Velvet Underground & Nico (1967), Andy Warhol.
Además, el uso de la cinta adhesiva para fijar el plátano a la pared remite a una de las obras tempranas de Cattelan, A Perfect Day (1999), donde ya utiliza la misma técnica para pegar a su galerista, Massimo de Carlo, a la pared, lo que refuerza la conexión con su estilo provocador y su estrategia de subvertir lo ordinario.
A Perfect Day (1999), Maurizio Cattelan.
El título de la obra, a primera vista, se puede vincular con ese “chiste de mal gusto” que el artista ha hecho al arte contemporáneo. En cierto punto, es así, pero no se puede eludir todo lo que conlleva. En muchas ocasiones, se nombra a Cattelan como “el bufón del arte” haciendo referencia a este tipo de prácticas artísticas, que si no saca una carcajada al espectador se acaba convirtiendo en esa “broma de mal gusto”. Pero esa actitud humorística - o más bien cínica – que mantiene en todos sus trabajos responde a algo más que lo que se ve en la superficie. Como señala la comisaria de arte Laura Hoptman, tanto la personalidad como el enfoque de trabajo de Cattelan se vinculan con diversas figuras del mundo italiano: el teatro del absurdo de Pirandello, las películas de Federico Fellini y la trayectoria cinematográfica de Roberto Benigni y, por supuesto, toda la tradición italiana del género teatral y literario de la Commedia dell’arte, presente en ejemplos como la reinterpretación en el teatro contemporáneo de Darío Fo y la propia obra de Cattelan.
De la misma forma, el uso de ese humor de tradición italiana, lejos de quedarse en una broma vacía, lo utiliza como un medio para reflexionar sobre el mundo que nos rodea. A través de la ironía, el sarcasmo y la sátira, Cattelan ofrece una visión pesimista y crítica de diversos aspectos de la vida, desde las relaciones sociales hasta el sistema político y económico. Este tipo de humor cínico cuestiona los valores y normas convencionales, revelando las contradicciones y la hipocresía que subyacen en la sociedad. Al emplear esta estrategia de forma indirecta, logra que el espectador reflexione sobre esas realidades sin que la carga emocional resulte abrumadora, facilitando una comprensión más profunda de la crítica.
Es esta misma actitud provocadora la que caracteriza su regreso al arte cinco años después, tras un parón que siguió a su exposición retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York en 2011. Aunque Cattelan había anunciado su retiro del mundo del arte, este descanso fue breve y lo llevó a regresar a lo grande en 2016 con América, un inodoro de oro macizo instalado en el Guggenheim al servicio del público; y, más tarde, en 2019, con nuestra pieza protagonista: El Comediante. La primera vez que esta obra se presentó fue en Art Basel Miami Beach, una de las ferias de arte contemporáneo más conocidas a nivel global, y es necesario señalar que fue la primera obra de arte de Cattelan en una feria en más de quince años.
El comediante (2019), de Maurizio Cattelan, en el stand de Perrotin Art en Art Basel Miami Beach 2019.
El hecho de que El Comediante se haya presentado en una feria de arte como Art Basel, de nuevo, no es casual. Cattelan utiliza esta plataforma para criticar un mercado del arte que se ha reducido a una transacción de objetos caros, donde la especulación y la hipocresía prevalecen. Al elegir un plátano, un alimento barato, como objeto central – dejando a un lado la historia que este elemento tiene –, el artista refleja irónicamente el absurdo de los precios inflados en el mundo del arte, exponiendo la desconexión entre el valor real de las cosas y la inflada comercialización en las ferias. Sin embargo, la paradoja surge cuando, al final, El Comediante se ve absorbido por esas mismas leyes del mercado que critica, vendiéndose por 6,2 millones de euros. De esa manera, el artista no solo pone en evidencia las contradicciones inherentes al sistema, sino que también se enfrenta a la serpiente que se muerde la cola: una crítica que, al ser absorbida por el mismo mercado que denuncia, parece reafirmar la estructura que intenta cuestionar.
En conclusión, El Comediante de Cattelan no se trata de una obra vacía ni el reflejo de un periodo decadente en el arte contemporáneo, sino que, lejos de ser una simple provocación, la pieza se presenta como un detallado reflejo de la sociedad actual. A través de esta obra, Cattelan realiza una crítica mordaz al mercado del arte, exponiendo cómo la especulación y el consumismo han distorsionado el valor del arte, transformándolo en un objeto de transacción en lugar de una experiencia profunda. Al elegir un plátano como objeto central, Cattelan no solo hace una referencia irónica a los precios inflados, sino que también coloca la pieza en una tradición que abarca desde Duchamp hasta Warhol, pasando por su propio trabajo. Lo que parece una obra banal y sin sentido es, en realidad, una reflexión profunda sobre las contradicciones del sistema artístico y los valores que lo rigen. Cattelan logra disfrazar una crítica seria en una pieza aparentemente superficial, desafiando al espectador a cuestionar lo que realmente define al arte en la actualidad.
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