El pasado fin de semana del 7 y 8 de octubre, el auditorio del Edificio Nouvel acogió con gran éxito Alianzas feministas, un encuentro para todos, todas y todes que discutía ciertas cuestiones acerca del movimiento feminista. Este significaba el tercer encuentro de un colectivo que empezó a reunirse a partir del resurgir del internacionalismo feminista, expresado en las manifestaciones del 8M de 2018 y 2019. Su primer encuentro fue en abril de 2019, en el cual unas cien personas se reunieron en Madrid para discutir acerca de algunas cuestiones. Un año más tarde, se volvieron a reunir en Barcelona, ya siendo doscientas, y de esas discusiones nació el germen de la publicación de Alianzas Rebeldes (2021).[1]
Y allí me encontraba yo, junto con mis compañeras del máster, pasando todo un fin de semana escuchando un ciclo de conferencias feministas, ¡En uno de mis primeros fines de semana en Madrid! Quién me lo iba a decir. Y lejos de arrepentirme, debo admitir que ha sido una experiencia increíble que me ha hecho reflexionar, cuestionar, repensar... Os narro lo que tuvimos oportunidad de ver y escuchar:
Sara Buraya, junto a Amanda Andrades, Mamen Briz y Rafaela Pimentel, a parte de muchas otras personas presentes en el acto, se encargaron de dar la bienvenida y la presentación a Alianzas feministas, definiéndolo como un proyecto tentacular, citando a Donna Haraway, que pretendía la alianza de diferentes asociaciones y grupos de diversos lugares para debatir y pensar en colectivo sobre cuestiones feministas.
Acto de inauguración. Foto: @davidperejil en su página de X.
Con esto se daba paso a la primera mesa, titulada Sexualidad, deseo y consentimiento. Sara Rodríguez se encargaba de guiar una mesa en la cual Cristina Garaizabal y Clara Serra hablaban sobre estos tres conceptos.
Cristina inició definiendo el deseo como algo irracional, ese deseo de algo que no tenemos, que nos falta, y que en el fondo nos hace vulnerables y nos asusta. Y en las relaciones que tenemos debemos aplicar ese algo racional, el consentimiento, que ella entiende como esa negociación entre lo que deseamos y lo que podemos aceptar, y eso siempre puede variar: lo que nos parece inaceptable en un momento, en otro diferente se puede aceptar, por eso ella ve clave esa negociación, por encima de la censura de ciertas prácticas. Todo depende de lo que se negocie en esos límites, que se corresponden a la confianza entre los seres que forman parte de eso. Y en esta constante negociación de nuestros límites —que repito, no son fijos, son variables— nos encontramos con ciertas contradicciones, ya que ella no ve la liberación sexual como algo individual, sino como algo influenciado por las estructuras de las que formamos parte, lo cual nos lleva siempre a esas contradicciones.
Clara piensa de igual forma, que el consentimiento se refiere a esos pactos, pero también cuestiona hasta qué punto éstos son libres, ya que mientras haya desigualdades sociales siempre habrá desigualdades a la hora de afrontar esos pactos. Ella diferencia entre consentimiento, es decir, ese pacto en el que en cualquier momento se tiene la posibilidad de decir que no; y coacción, que es esa relación en la que una de las partes se ve imposibilitada de decir que no. En esta coacción es cuando aparece la violencia. Es por esto que determina que no nos tenemos que preguntar tanto si cierta acción es violenta o no, sino si es consentida o no, ya que, en el caso de no serlo, es cuando se debe juzgar como violenta. ¿Se debe dictaminar que algo es violento, si, en el fondo, ha sido consentido —y no coaccionado? ¿Quién tiene ese poder de decisión? ¿Quién dicta lo que se debe consentir y lo que no?
La mesa de Sexualidad, deseo y consentimiento. Foto: @davidperejil en su página de X.
La segunda mesa, Cuando todo es violencia, iniciaba con unas palabras de la acompañante de la mesa, en este caso Mª Antonia Caro, en las cuales reflejaba la problemática de considerar todo violencia de género, y considerarlo en el marco de una relación heterosexual cis, lo que lleva, en su opinión, a una consolidación de la mirada victimista hacia la mujer y el papel opresivo del hombre. Dice que el considerar todo violencia de género no ha llevado a un descenso de los casos de violencia de género, lo que nos habla de una confianza en el código penal por resolver un problema que se haya en el ámbito social.
Tras estas palabras, Laura Macaya coincide con esta crítica hacia el pluralismo en cuanto a lo que consideramos violencia de género. También destaca la sobre explotación que se hace sobre algunas víctimas para poner de manifiesto esa violencia, y como eso contribuye a dar autoridad a que se aprueben unas leyes que, en el fondo, siempre oprimen a los colectivos más vulnerables. Está decidida a que el ámbito legal no es la solución al problema.
¿Y cómo responde a estas palabras Carme Guil, una magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona? Con su tono irónico, lo que hizo de sus palabras una verdadera poesía, Carme reconoció los errores que existen en el código penal y en la gestión de los casos de violencia de género. No podemos buscar que una víctima de violencia de género se tenga que comportar de determinada manera para dar validez a su relato, y debemos entender que cada situación requiere de su especial atención, cada caso, y cada víctima/agresor, son un caso diferente. Es aquí cuando ella saca a la luz la justicia restaurativa, algo en lo que ella, como presidenta de Gemme, lleva luchando bastante tiempo. Con esto se propone una vía alternativa a la condena penal, se propone un contexto en el cual víctima y agresor pasen por unos procesos de conversación y mediación, para que la víctima pueda superar la culpabilidad y entender por qué ha sido agredida, y el agresor realmente pueda entender lo que ha provocado con su agresión, lo que ha sufrido la víctima con su acto, y, con ello, conseguir un índice menor de reincidencia. Este proceso se comprende como una opción, una alternativa, en ningún momento se busca exigir a la víctima que pase por un proceso que no quiere; simplemente se busca que esa víctima tenga la posibilidad de poder hacerlo.
La mesa de Cuando todo es violencia. Foto: @nu_alabao en su página de X.
La última mesa del día se dedicó a La sociedad, el Estado y las políticas públicas. Paloma Uría, que acompañaba la mesa, inició su discurso recordando la apropiación de la política del movimiento feminista en los años ochenta, ese inicio de la institucionalización del feminismo, en un momento que el movimiento padecía cierta división. Ella reclamó que el fervor y la activación del feminismo solo se puede recuperar a través de la acción social, ya que el Estado, aunque es cierto que se debe encargar de ofrecer libertad e igualdad a la sociedad, ha demostrado que el enfoque sobre una muchas veces debilita la otra.
Con su discurso, Paloma daba paso a Santiago Alba Rico, figura ciertamente polémica que siempre tiene la voluntad de decir lo que piensa. Su discurso se basó en desmentir tres lemas del feminismo institucional, poniendo de relieve la complejidad en la que se encuentra la sociedad actual. El primer lema al que se refirió es el de “mi cuerpo es mío”, y expuso la estrategia del patriarcado por promover la invisibilidad como medida de protección, pero, ¿hasta que punto una mujer está más segura encerrada en su casa, en la cual se producen las mayores violencias? Y la invisibilidad es incómoda, pero también lo es la visibilidad, ya que significa la exposición a los otros. Aunque reconoce que la visibilidad de la mujer y de estas situaciones ha sido una gran conquista feminista. El segundo lema se refería al “espacio político”: en su reflexión, explicó cómo lo público nació para ser algo abierto y lo privado algo cerrado. Él ve que se ha invertido la situación: lo público cada vez es más opaco y lo privado es cada vez más abierto, y acaba concluyendo que debemos reivindicar nuestro derecho a la privacidad, al secreto. Por último, desmintió el lema “el amor no duele”: con una perspectiva afín a la expresada en la anterior mesa, Santiago expresó que, en el amor, al ser nosotros seres analógicos tangibles, siempre hay esa vulnerabilidad al dolor, y debemos reivindicar el derecho al sufrimiento. Hay cosas que duelen y no son delito, y si se busca que todo dolor se convierta en delito pasan dos cosas: la primera, que se busca un culpable para condenarlo; la segunda, que se obliga a la víctima a ser un ser sufriente permanentemente. Él apuesta por la reinserción y la rehabilitación, reivindica el derecho a la fragilidad, a equivocarnos y a la inseguridad, en el terreno del sexo y de las artes. Salir de la dicotomía de monstruo-víctima y centrarnos en la reflexión a la que nos debe llevar cada caso.
Por último, Gerard Coll exponía que en el terreno de la educación sobre cuestiones LGTBIQ+ se debía hacer un replanteamiento sobre cómo estamos educando, si estamos llegando a todos los colectivos o si estamos excluyendo a aquellos que no tienen una perspectiva LGTBIQ+ aliada y que se sitúan en una cultura diferente a la eurocéntrica. Debemos afrontar que no sufre la misma violencia una mujer española que una mujer marroquí que ha llegado hace unos años: cada cual tiene su contexto, su cultura y su identidad personal, y se debe intentar llegar a los máximos contextos posibles, no solo abordar el problema desde un mismo enfoque. Pero tampoco convertirlo en una competición —unas personas sufren más que otra—, ya que tampoco podemos invalidar el sufrimiento de un colectivo u otro. También entiende que el concepto de Igualdad que se intenta promover desde la institución y las asociaciones debe ir más allá de la dicotomía hombre/mujer, debe hacerse desde una perspectiva interseccional, diversa e inclusiva.
La mesa de La sociedad, el Estado y las políticas públicas. Foto: @davidperejil en su página de X.
Tras la jornada del sábado, el domingo se centró en la mesa dedicada a los Malestares de género en la adolescencia: transiciones, tensiones y fugas. Pese a que la mesa debía incluir la participación de Noemí Parra, a la cual se echó mucho de menos, creo que Miquel Missé, con la colaboración de Josetxu Riviere, consiguió dar un discurso que hizo reflexionar a todo el auditorio. Miquel abordó el tema trans desde una perspectiva que pretendía ir más allá de la dicotomía impuesta por las estructuras de género de nuestra sociedad. Él entiende que lo trans se debe pensar más allá del marco esencialista, de lo innato, de algo con lo que se nace; para pensarlo como un concepto relacional, que está constantemente dialogando con las transformaciones que padece la sociedad. Pese a que pueda parecer que lo trans favorece la distinción de género, él piensa que puede contribuir a repensar la propia identidad, la norma y la libertad, aunque eso nos lleve a ciertas contradicciones: ¿Aceptar o negociar ciertas normas de género impuestas por el patriarcado nos convierte en su aliado? ¿O es normal situarse en esta negociación? ¿Por qué si el feminismo o la gente cis puede negociar con estas normas, no lo puede hacer lo trans? ¿Por qué esperamos esa heroicidad o esa compostura tan clara de este movimiento, cuando toda la sociedad se encuentra en un momento de negociación y de replantearse las cosas?
En un estudio que ha elaborado sobre adolescentes, él ha notado el cambio que se ha producido en los malestares de género: ya no está tan clara esa transición de hombre a mujer o de mujer a hombre, sino que hay adolescentes que se cuestionan su propio género, que el concepto trans les sirve para poder explorar sobre su identidad. Apoya que está bien dudar, explorar, y que no se debe culpabilizar a unos adolescentes que dudan sobre esto, ya que es una época en la que entra la pubertad y se deben tomar muchas decisiones sobre un cuerpo en muy poco tiempo, sin mucho margen de maniobra. Antes, las personas trans tenían que adecuarse a una figura de hombre o mujer muy claras para entrar en unas normativas mucho más restrictivas de género: o convertirse en ese “leñador del bosque” o en esa “delicada princesa”. En cambio, ahora se cuestionan el tipo de hombre o mujer o persona que quieren ser, qué cogen de un lado y qué cogen de otro, lo cual evidencia esta negociación constante con unas normas de género que se encuentran en un momento cambiante. El concepto trans está cambiando y nosotros debemos también cambiar nuestro enfoque.
La mesa de Malestares de género en la adolescencia: transiciones, tensiones y fugas.
Y así acababa la jornada de fin de semana, un evento que nos ha servido para reflexionar, para repensar y para, al menos personalmente, evadir muchos prejuicios con los que se puede ver desde fuera el movimiento feminista. No podemos hablar de feminismo, sino de feminismos, y creo que este tipo de eventos reafirma aun más esta postura. Sí, existen dudas y debates dentro de estos feminismos, no podemos pretender que un movimiento que intenta promover una sociedad más igualitaria no tenga dudas, ya que es precisamente esa sociedad la que cada vez se vuelve más compleja. Ya no va solo de atacar a un patriarcado —que también va bien, no lo vamos a negar—, sino que también va de reflexionar acerca de cómo hacerlo, desde la propia autocrítica constructiva, abriendo paso al diálogo y cuestionando posturas que quizás teníamos muy impuestas. Y sí, quiero ser parte de este feminismo inclusivo, autocrítico y abierto al debate. Seguir y promover el cambio es cosa de todos, y lo debemos hacer incluyendo a todo el mundo, con los que estamos más o menos de acuerdo, pero abriéndonos a reforzar posturas, a través del diálogo y la comprensión mutua, por supuesto. ¿Se han resuelto todos los problemas sociales que podemos tener con este evento? Está claro que no; aunque sí que podemos afirmar que ha servido para dar un paso adelante, y seguir tejiendo nuevas Alianzas feministas.
[1] Más información sobre el acto en https://www.museoreinasofia.es/actividades/alianzas-feministas .
コメント